Los nombres.

Siempre me pareció que mi nombre le quedaba más bonito a otra gente.

Pero no estoy diciendo que no me parezca que mi nombre sea bonito –y tampoco estoy diciendo que yo sea bonita y que mi nombre tiene que ser bonito porque yo soy bonita o algo así, no me malinterprete– simplemente mi nombre le queda más bonito a otra gente que se llama como yo. Cuando mi nombre está al lado de mi cara siento que no encaja, se ve raro, no pertenece. Se lo veo a alguien más y me gusta. Pienso en que es un nombre precioso. Un nombre que suena bien, se lee bien, es suavecito, como tranquilo, como que transmite paz. Debe ser porque yo no transmito eso y mi nombre lo sabe y se asusta. Me deja en evidencia. Los nombres saben cosas que nosotros no queremos decir. O no sabemos cómo decirlas. ¿Cómo me llamo entonces? ¿Cómo quiere mi nombre que yo me llame? No creo que tenga más opciones. No veo más opciones. No sé ni por dónde empezar. Si pudiera empezar empezaría por el nombre que ya tengo. Pero es que ya intenté poniéndomelo al revés y le juro que es más feo todavía, si es que eso es posible.

Qué problema tan ridículo, ¿no? Que a uno no le guste su propio nombre. Tanta gente con hambre o muriéndose o con cualquiera de las cosas horribles que existen en el mundo y yo vengo acá a hablarle de cómo mi cara no combina con mi nombre. Pero bueno, la verdad es que para mí es el problema más difícil y más horrible que existe, ¿sabe por qué? porque es un problema que ni siquiera se acaba cuando uno se muere, sino cuando se mueren todos los que siguen pronunciando su nombre aunque uno ya no exista. Y esos son muchos años. Qué cansancio.