La verdad.

Yo siempre creo. Y es que, ¿por qué no creería siempre? Si yo siempre digo la verdad. Digo la verdad intensa, la maluca, la verdad que duele, la verdad que quema, la que asfixia. La que a veces gusta y a veces mata. O aleja pues, para no ser tan dramáticos. Pero digamos que no mata gente, mata cosas. No voy a entrar en detalles.

Yo siempre digo la verdad aunque nunca me sirva, aunque nunca me ayude. No sé por qué lo sigo haciendo si nadie más lo hace. Pero tampoco me parece bien pensar que la gente no dice la verdad porque no quiera. Tal vez no la saben, no la conocen. Y está bien. Me duele, pero está bien. Eso es lo que digo siempre. Está bien. Y es que, ¿qué más voy a decir? ¿que está mal? No. No voy a dejar que esté mal. No voy a dejar que nadie sepa que lo que hicieron me hizo mal. No voy a bajar esas paredes que me han protegido por tanto tiempo. Aunque a veces me pregunte qué es lo que están protegiendo realmente. La verdad es que no sé. Parece que nada. Paredes transparentes, transpirables y transitables. Paredes inútiles.

Yo solo quiero no estar. Quiero no pertenecer. Quiero borrar. Y borrarme. Quiero nunca haber sido. Porque haber sido se siente peor que nunca haber sido, ¿cierto? Duele más. Cansa. No puede ser que mi vida sea esto de haber sido pero nunca llegar a ser. Es que no tiene sentido. O eso creo. Es que yo siempre creo.